martes, 25 de octubre de 2016

"De cuando comencé a correr" por Macarena Yupanqui

Durante toda la enseñanza básica fui pésima para hacer ejercicio (en realidad durante la escolaridad completa), mi excesiva timidez hacía que me sintiera absolutamente insegura y aterrorizada al momento de enfrentarme a los demás, más aún, en una acción tan pura y concreta como la de recibir una pelota o lanzarla de vuelta. Me sentía presionada, ese tiro debía salir bien, debía achuntarle, debía tirárselo a la persona correcta en el momento preciso, debía mostrar en ese momento todo lo que no era capaz de mostrar con palabras, todo eso que era, el yo mismo que guardaba tan incómodamente desde que tenía uso de razón, toda esa torpeza y miedo al mundo, que se hacía concreto al estar frente a una pelota con un grupo de personas mirándome con ojos expectantes, esperando cualquier movimiento que viniera de mí.
El calor quemaba las vísceras, la adrenalina empujaba desde el estómago, la sangre corría rápido por las venas, el corazón alentaba, los pensamientos dirigían el tiro, pero, no era capaz de hacerlo. Sufría sin saber de dónde venía esa fuerza tan grande que paradójicamente no me dejaba ejecutar una acción tan simple. ¿Qué era? ¿Podría ser yo sola capaz de revertir ese espíritu de negación que me dominaba?
En fin, jamás lo descubrí, jamás lo resolví, lo evité y lo evité hasta que salí del colegio, eximida de educación física desde segundo medio, entregando informes escritos o siendo árbitro en las competencias de handball, con papeles médicos que abalaban mi mierda.
Pero… había sólo una cosa que sí hacía, sin miedo, con gusto, con fuerza, y que a fin de cuentas “hacía”, que es lo importante del asunto, más de “cómo” es el “hacer” y eso era: correr… corría feliz de la vida, sintiéndome viva, sintiéndome.
En el hacer comienza todo, en ese primer movimiento que da inicio a todo lo que viene, ese movimiento que impulsa la vida hacia, y es por esto mismo que le atribuyo profunda importancia al acto de moverse. Al iniciar un movimiento damos inicio a un cambio, generamos más bien un cambio automático, algo ha cambiado de posición, de perspectiva, de alineación con referencia a las otras cosas. Creo que un cambio, es siempre un cambio de conciencia y todo cambio de conciencia comienza por un movimiento... movimiento de movilidad, de flexión, de cambiar de posición y, como todas las cosas, el movimiento debe ser conducido por motivos y disciplina. Todo esto es primero y fundamentalmente un trabajo individual y colaborativo (colaborativo con nosotros mismos).
Pero claro, esta reflexión es el resultado de una voluntad tan misteriosa y grandiosa como el mismo Dios, así como cuando era pequeña sentía ese fuego que me impulsaba a lanzar la pelota pero misteriosamente había una fuerza poderosa que se contraponía y me hacía no lanzarla; puedo decir ahora, que esa misma fuerza cambió de polo y me ha hecho dar inicio a: ha hecho moverme,  ha hecho ponerme las zapatillas con cinco grados Celsius en un frío y contaminado invierno de Santiago y salir a correr en medio de bocinazos. Y eso, esa fuerza que se ha paseado por polos en distintos momentos de mi vida, ese misterioso motor que viene de algún misterioso lugar… eso, es lo que llamamos fuerza de voluntad y una vez que la reconocí como tal, he sentido que me he topado cara a cara con la vida, con el misterio del hacer, con la respuesta a esos “porque sí” tan cuestionados. Al reconocerla, al toparte de sopetón con la vida en algo tan simple, es dónde comienza la pega de uno mismo en este asunto tan divino, y la mejor amiga de ese trabajo individual es la disciplina y el hábito. De cierta forma lo veo como modo de agradecimiento. Somos bendecidos por la voluntad, y debemos completar este círculo virtuoso, debemos colaborar con el universo y hacernos cargo de nuestra condición, nuestra condición de seres que componen un gran todo (partiendo por todos los micro organismos que nos componen).
 Somos seres con 4 extremidades capaces tanto de coser con una aguja de 3 centímetros, como de correr 5 kilómetros en media hora, o cortar madera con un serrucho para darle forma a una mesa. Lo mínimo que debemos hacer, es responder a esta condición, dándole uso a las facultades con las que hemos nacido en este planeta.

… fue así, como un día de verano a los 25 años, me puse unas viejas zapatillas nike blancas y salí a correr unos esforzados 10 minutos a un ritmo pausado, por el parque residencial Alameda, comuna de Lo Prado, a eso de las 8 pm. con el peso de un caluroso día en Santiago.
Como dije anteriormente, todos los cambios de conciencia comienzan con un movimiento, y claro está. La movilidad física está estrechamente relacionada con la movilidad de los pensamientos, por ejemplo, siempre pienso en la diferencia de media hora sentada en un sillón o descansando en la cama, versus media hora de trote… media hora en movimiento produce una circulación de ideas tan limpias que eres capaz de encontrar respuestas a preguntas que nunca te habías hecho, media hora en movimiento abre ventanas, el sudor representa la basura que nubla los pensamientos, media hora de movimiento puede hacer que se limpien y enciendan las habitaciones de la creatividad, la reflexión pasa por todos los estados, sin que haya que inducir o dirigir el pensamiento.
Correr es un acto performático: la saturación del cuerpo, la competencia con uno mismo… mostrarnos a nosotros mismos qué tanto podemos aguantar, hasta dónde podemos llegar, la vida se reduce al instante, al sonido del pie cayendo al suelo, a la respiración, a cada zancada que nos desplaza hacia un futuro cercano, desconocido y sin importancia. 





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