jueves, 20 de octubre de 2016

"Rompa el vidrio con el martillo" por Peli Cardenás

"Volviendo al tema del hombre de la cama en llamas,   ¿Tenía algún problema?  ¿Estaba loco?   ¿Borracho tal vez?  No lo sabemos"  (Estaba en llamas cuando me acosté, Charly García) 



Cuando era casada porque ahora no lo soy, caminaba cerro abajo por la calle Ferrari desde avenida Alemania.  
Me dejaba llevar por el encanto de la bajada, el encanto de las casas viejas y de la caca en las veredas. Nunca aprendía bien – ni ahora- el nombre de las calles por donde descendía azarosamente al Plan. Solo recuerdo dos nombres: Alemania y Ferrari, nada más. 
Debo reconocer que la casa de Neruda además de parecerme la casa de un ricachón atestada de bazarcitos comerciales, me intrigaba. Así como las estatuas de nuestros próceres poetas de la patria en la placita contigua a la casa. Estatuas donde la gente se sienta para sacarse fotitos de recuerdos con vista al mar o simplemente sacarse los mocos. 
 Pero eso no era lo que me importaba, esos eran más bien una distracción. Lo que realmente importaba eran otras cosas, como por ejemplo: donde compraba pan, esquinas secretas donde podía tomar café barato, lugares sucios donde comprar libros y ropa usada, o ventanitas dónde vendían galletas caseras. Hay en mí además un amor por unas callejuelas hediondas que llevan a ciertos ascensores ocultos de los turistas; pero por sobre todo ese encanto lo que realmente importa son ellas: un par de iglesias que encontraba al bajar por esas calles. Pero no porque fuera yo una devota de la misa de las 7, sino porque ellas significaban otros placeres… a la de Saint Paul por ejemplo, voy a escuchar a unos seres humanos excepcionales que tocan el armonio que ha resistido varios terremotos; y esa otra, la que realmente me obsesiona: ella tenía cuando la vi la primera vez una frase que hasta ahora arde en mi cabeza.  
No sé cuál es su nombre, no sé cuál es su calle, no sé cuál es su credo. Lo cierto es que cada vez que pasé por allí, por su barrio, ella estaba cerrada. Si bajaras por dichas calles que sugerí en el comienzo seguramente la encontrarás fácilmente, es una antigüedad que tuvo que ser reconstruida porque -cosa común en el puerto- se había incendiado hace años. Si acaso es un hecho cierto lo del incendio, no podría decirlo yo, no gasté el tiempo en compilar datos, pero sí a simple vista puedo decir que es una construcción híbrida, -digo- de madera y concreto. 
Aunque eso no era lo que me impresionaba, sino que en uno de sus muros se podía leer por largo tiempo la siguiente frase "La única iglesia que ilumina es la que arde en llamas". Así: tal cual. Escrita sin adornos con un estúpido y sensual spray negro sobre el concreto sucio, retocado por los continuos parches para borrar rayados más antiguos. Esa frase, ese rayado, esa sentencia se suspendió allí en la calle como un acto de fe de algún credo rebelde poderoso y pirómano.  
Creo que fui poesída varias noches por ese anuncio maldición voz que se iluminaba como neón en mi recuerdo. Digo poesída porque esa obsesión poética me ponía en ese estado de ensoñación en el cual bajan les muses hacía mí. Estado catatónico debo reconocer, del cual busqué la distracción corriendo por el puerto, sentándome largas horas frente a la mar, comiendo mariscos en las cocinerías o los bares, mientras los otros menos obsesionados bailaban tangos.  
Yo tenía que hacer algo, tenía que "caminar" -como decía mi abuelita sobre eso de seguir el camino de la fe-. Creo que mi abuelita perdería la poca cordura que le viene a veces en el día si tuviera noticias mías.  Hice caso a ella sin embargo, seguí un camino y lo hice a mi manera: dejé de sufrir y pensar y masturbarme con una vida paralela de orden y solemnidad. Era un llamado inequívoco.  
Algunos días me siento la salmona que va contracorriente a ese chorro de peces anónimos que bajan el río de la calle hacia el trabajo. Otros, quiero dejar de parecer una más, sólo para que mis amigos bomberos sepan que esas historias que intercambian cada semana tienen un factor en común. En momentos de mayor placer solo quiero correr desnuda por los cerros y que alguien me grabe desde la loma opuesta, para verme correr como loca en las alturas después de provocar un incendio. A veces, y solo a veces, tan sólo quiero arder.


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