jueves, 3 de noviembre de 2016

"Crónicas de un agente" por Peli Cárdenas

Esta no es una historia sobre la dictadura. Es una historia paralela a la dictadura: un universo que existía en los 80, en el que sucedían las cosas a la gente común -dígase cosas tales como vivir de forma directa o cercana los abusos, la violencia, o vivir una realidad dónde parte de los recuerdos son los toques de queda o los cacerolazos, o la solidaridad de las ollas comunes. La olla común me hace pensar en un niño llamado Roberto Volta, un flaquito que resistía huesudo sus días gracias a la olla común. Era tonto el asunto, pero a mí me daba vergüenza eso de la olla común, porque éramos pobres pero no tanto como para necesitarla, pero ese simple hecho de participar en ella podía ser motivo de bullying en el colegio -católico subvencionado- al que yo asistía, había bullying aún cuando esa palabra no existía todavía en nuestro vocabulario chileno. Era normal que proviniera de profesores, compañeros de clase, el director de la escuela…. En los 80 la violencia era algo “normalizado” y deduzco que también lo era en las casas de mis compañeres de curso. Era normal la existencia de estos pequeños grupitos de matones que hacían de las suyas en el colegio sin que nadie ni nada se pusiera en su camino o les diera un escarmiento. Eran para mí pequeños agentes de la dictadura, provocando miedo, instaurando un régimen autoritario dentro de un régimen autoritario dentro de un régimen autoritario…

Pero me estoy desviando. Alguna vez escribí otra historia sobre cómo conocí a la Stella Díaz Varín, a causa principalmente de mi Papá, quien trabajaba en el prestigioso Hotel Carrera, que pasó a ser en 2004 del Ministerio Relaciones Exteriores. Dice mi papá que la Soledad Alvear era su favorita en esa época del Gobierno de Lagos, que ella iba a tomar desayuno al hotel todos los días, pero luego que se enteró que iban a cerrar el hotel porque su ministerio –el de la Soledad- lo había adquirido (Ministerio de Relaciones Exteriores), había dejado de saludarla para siempre.

Varias cosas habían pasado en ese hotel que quedaba a pasos del Palacio de La Moneda. Desde su azotea se pudo observar el bombardeo al Palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973. Y muchos de las informaciones que se registraron en ese día, había sido realizadas desde ese lugar. Restos de metralla se podían observar en los muros laterales del edificio, así como se ven en un costado del museo de Bellas Artes, que han sido preservados a propósito, como parte de La Memoria.
El Hotel Carrera recibió gentes de todos los rincones del planeta, y era el centro de operaciones de la prensa cuando se desarrollaba alguna crisis en el país. Jefes de Estado, presidentes, actores, cantantes, compositores, astronautas, poetas, espías, empresarios, hombres de negocios, mafiosos, autores de grandes obras, firmantes de pactos internacionales secretos ocuparon alguna de sus dependencias desde 1940. Declarado patrimonio histórico de la ciudad, el Carrera guardaba secretos, romances clandestinos, adulterios de portada de revista, borracheras, tertulias; hasta la Reina Isabel II estuvo allí, Gary Grant, Libertad Lamarque, John Wayne, Plácido Domingo, Julio Iglesias, Lola Flores, Joan Manuel Serrat, Ray Charles, Ceci Bolocco después de ganar el cetro de Miss Universo… y Juan Pablo II, para quien el hotel convirtió una habitación en una capilla.

Y me voy a quedar con El Papa para esta historia. Antes de que visitara Chile en 1987, El Papa fue mediador entre Chile y Argentina en un conflicto que estuvo a punto de causar un conflicto armado entre nuestros países. Fue por este conflicto y por trabajar en el Hotel Carrera en dicha época, que mi papá conoció a Santiago Benavada, abogado y diplomático chileno fallecido en 2004. Santiago Benavada quien había renunciado al Ministerio de Relaciones exteriores en 1977,  tuvo que volver en 1978 cuando Argentina se negó a reconocer el  llamado Laudeo Arbitral de 1977. Benavada formó entonces parte del equipo que comenzó las negociaciones entre Chile y Argentina, por el llamado Conflicto del Beagle. Entre 1979 y 1984, Benavada participó en la delegación en Roma para la mediación papal.

La cosa estuvo caliente: se movilizaron tropas, se enviaron conscriptos a la zona del conflicto, hasta se hicieron películas al respecto sobre soldados jugando futbol en La Patagonia, abandonados a su suerte (“Mi mejor enemigo” de Alex Bowen). Yo en esos años no sabía ni entendía nada porque era chica, pero algo recuerdo de las noticias.

Algo aconteció:  un evento importante, y quizás por eso recuerdo esas noticias, porque mi papá conoció a Benavada y Benavada envío a mi papá a Argentina, en un viaje relámpago, con valija diplomática, para ir y volver en veinticuatro horas.
Hace un par de meses me acordé de este evento. Mi papá en el universo paralelo que vivimos en La Dictadura resultó ser un agente de mediación en dicho conflicto. Y no es que yo me crea la muerte por ello, pero mi papá sí considera que fue un momento importante, terrorífico, emocionante, de mucho nerviosismo. Y es que las instrucciones que le dieron era de terror: que estuviera muy vigilante y atento a todo, que no hablara con nadie, que tenía casi que dudar de todo y todos, no dejar que nadie se acercara, no comentar nada en ningún momento, ni en el avión, ni en el aeropuerto, etc. En definitiva era un trabajo fugaz pero peligroso, en plena dictadura.

Como decía, Santiago Benavada envío a mi papá a la Argentina con una valija diplomática que seguramente llevó encadenada a su muñeca. Ese viaje fue su primera vez en un avión, y su primer viaje a la Buenos Aires.

Seguramente mi papá realizó este trabajo a cambio de ningún pago. Y me impresiona esto de que a Benavada confiara en él para ese trabajo. Mi papá no se metía en política, se guardaba su opinión, y es que él decía que cuando se iba al trabajo por las mañanas muy temprano, a veces podía ver los cuerpos tirados en La Panamericana Norte (ruta 5).

No tengo más detalles sobre el viaje y la estadía en Argentina. Sólo sé que era un asunto confidencial. Mi papá era como nuestro héroe anónimo y cuando regresó a casa luego de esta aventura, era otra persona. Cómo que algo le había cambiado este viaje.

Traía consigo muchos “recuerdos papales” que duraron por años en nuestra casa de Quilicura; pequeñas insignias doradas, banderitas blancas y amarillas, entre otras cosas. Y entre tanto souvenir, había algo que Mi Papi ha considerado por años como objeto valioso: se trataba de una moneda. Una moneda grande, de plata que tenía acuñado el rostro de Juan Pablo II. Mi papá la mantiene en su cajita de recuerdos importantes, seguramente bajo el recuerdo de Negociador de la Paz.

Finalmente Chile y Argentina firmaron un tratado de paz y amistad en 1984. Juan Pablo II, recién vino en 1987, a aquietar un poco la convulsionada vida de los chilenos –según dicen-. Vino un año antes del plebiscito de 1988, cuando se votó la salida de Pinochet.

Mi papá también trabajaba en El Carrera en esos años cuando vino El Papa y seguía allí también en 1990, cuando apareció en una habitación el cuerpo del periodista Jonathan Moyle, quien cubría la FIDAE. El inglés fue encontrado muerto en el closet de su habitación y los órganos vitales habían sido removidos de su cuerpo. Por eso la investigación no pudo determinar que había sido homicidio y el caso fue cerrado. Se dice que Moyle estaba a punto de revelar un acuerdo de armas entre Iraq y un traficante de armas de Chile (Cardoen), pero esa es otra historia. FIN


No hay comentarios:

Publicar un comentario