Noviembre es una Bestia que duerme
diez meses, todos los años toca salir pateando de sus entrañas para completar
el ciclo. Todos los años me derrota y todos los años pienso lo mismo. Maldito noviembre,
es como un pasillo que va estrechando cada vez más sus paredes y, sin embargo,
aunque amenaza con destruirme siempre salgo ilesa. Piso tierra firme.
Diciembre. Las fiestas, volver a las raíces, calor, vagancia, enterarme de las
vidas de los demás, celebración.
Esencialmente lo que pasa es que en noviembre no alcanza el tiempo, parece el mes más corto del año, y conjuga todos nuestros miedos porque evidencia el fracaso o el éxito de nuestras metas. Yo que soy universitaria ad eternum, todos mis noviembres tengo ganas de abandonar la carrera, irme del país, iniciar una célula terrorista, tomarme un año sabático, suicidarme y poner una bomba en la facultad. Pero por más vuelta que le dé no es del todo justo atribuirle mis supersticiones a noviembre, sino más que nada entender que la raíz del problema es el tiempo. El tiempo y el calendario como imposición de racionar la vida de los hombres y las mujeres.
Si pensamos por ejemplo en la antigüedad, en las culturas esencialmente agrónomas la vida de sus habitantes estaba regida por los ciclos de la agricultura, el paso de las estaciones y su relación con las cosechas, el tiempo es concebido como un espiral que reitera ciclos pero que no adquiere el hermetismo de la forma circular, porque a su paso transforma las circunstancias materiales de los hombres y mujeres, y al mismo tiempo, se renueva a sí mismo en un ciclo infinito que tiende a la reiteración de ciertos eventos inevitables, pero con un componente innovador. El tiempo, sin embargo, se deslinda de su calidad cotidiana, para separarse en tiempo mítico-sagrado, del tiempo cotidiano-mundano. El tiempo mítico es para preparar las ceremonias, reanudar los mitos y conservar la integridad de la comunidad, en este marco los calendarios “sagrados” son una herramienta que utiliza el poder centralizado para racionar la violencia dentro del orden social, por tanto, regula y delimita a la violencia dentro de un ámbito específico que se lleva a cabo dentro de un tiempo y un lugar determinado, otorgándole de esta manera un significado productivo a la vez que restringe su ejercicio dentro de un ciclo determinado.
Esencialmente lo que pasa es que en noviembre no alcanza el tiempo, parece el mes más corto del año, y conjuga todos nuestros miedos porque evidencia el fracaso o el éxito de nuestras metas. Yo que soy universitaria ad eternum, todos mis noviembres tengo ganas de abandonar la carrera, irme del país, iniciar una célula terrorista, tomarme un año sabático, suicidarme y poner una bomba en la facultad. Pero por más vuelta que le dé no es del todo justo atribuirle mis supersticiones a noviembre, sino más que nada entender que la raíz del problema es el tiempo. El tiempo y el calendario como imposición de racionar la vida de los hombres y las mujeres.
Si pensamos por ejemplo en la antigüedad, en las culturas esencialmente agrónomas la vida de sus habitantes estaba regida por los ciclos de la agricultura, el paso de las estaciones y su relación con las cosechas, el tiempo es concebido como un espiral que reitera ciclos pero que no adquiere el hermetismo de la forma circular, porque a su paso transforma las circunstancias materiales de los hombres y mujeres, y al mismo tiempo, se renueva a sí mismo en un ciclo infinito que tiende a la reiteración de ciertos eventos inevitables, pero con un componente innovador. El tiempo, sin embargo, se deslinda de su calidad cotidiana, para separarse en tiempo mítico-sagrado, del tiempo cotidiano-mundano. El tiempo mítico es para preparar las ceremonias, reanudar los mitos y conservar la integridad de la comunidad, en este marco los calendarios “sagrados” son una herramienta que utiliza el poder centralizado para racionar la violencia dentro del orden social, por tanto, regula y delimita a la violencia dentro de un ámbito específico que se lleva a cabo dentro de un tiempo y un lugar determinado, otorgándole de esta manera un significado productivo a la vez que restringe su ejercicio dentro de un ciclo determinado.
La relación entre calendario y tiempo
se vinculan con las necesidades económicas y teológicas de la estructura
política y social, por tanto, varían de acuerdo a las exigencias de su
contexto. Cuando el tiempo se legitima como sagrado, la violencia se
circunscribe dentro de un ámbito cerrado y ceremonial, es por medio del
sacrificio donde la violencia explicitada asegura la condición de supervivencia
de un grupo, reanudando un ciclo, se sintetiza el tiempo presente, el porvenir
futuro y el pasado, a modo de regenerar y restaurar los ritmos naturales y
sagrados de los dioses.
En nuestro
contexto, el tiempo es “oro” (esto viene desde el medio evo cuando los
banqueros empezaron a cobrar intereses a los prestamos), el parámetro que mide
el empleo de nuestro tiempo se relaciona con nuestra capacidad de producir
ingresos monetarios para sostener nuestra integridad y pervivencia en el mundo
material, vivimos regidos por las pautas del consumo y la liquidez, debemos ser
eficientes y funcionales al orden social según las modelos del mercado económico
propuesto-que dicho sea de paso, regula a su vez todas nuestras relaciones
interpersonales- sino nos acercamos a la anomia, la pobreza económica, la
marginación y la muerte.
El
sistema económico y político de turno nos violenta continuamente y a la vez que
raciona nuestro tiempo crea espacios para que el colectivo social canalice la
fuerza destructiva sin que se vuelva en su contra, es así como propicia
espacios de interacción popular donde se legitima la violencia, la violencia
entre nosotrxs y la potencia autodestructiva. A la vez el orden social -impuesto
por estás potencias que nosotrxs mismxs creamos- delimitan el ejercicio de
nuestras actividades en un tiempo y espacio, entonces la vida de los sujetos
aparece fragmentada porque debe acordar instancias para acceder a la violencia,
al placer, al ocio, al amor mientras es aplastado por su necesidad productiva y
al mismo tiempo su finitud. Bueno, eso, les invito a todxs este noviembre a
romper con esta tensión entre lo que se supone que debemos hacer, lo que
hacemos y nuestra finitud, porque nos está costando vida medir el tiempo
cuantitativamente en proporción de éxito/fracaso y el ocio tiende a ser nuestra
faceta más productiva, pensemos que el tiempo es una convención y que podemos
apropiárnosla, tiempo es la dimensión del cambio. Nos vemos en diciembre, si es
que sobrevivimos.
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