miércoles, 23 de noviembre de 2016

"DOS MARRAQUETAS" por Sergio Bravo Loyola



                Ahí va la abuelita. Pongamos que se llama Hilda o Delia o Rosa. Ahí va la abuelita. Con ese paso lento, calmado, cansado. No le importa si al sol o a la sombra, ella va.

                La veo siempre. Como a las cinco o seis de la tarde. Camina por calle Herrera, llega a la Panadería. Con la misma calma que anda sube el peldaño, saluda, va al pan. Los elige con cuidado. Los mete a la bolsa blanca de plástico y los pesa.

                Con la paciencia que eligió el pan y camina, la abuelita (que se puede llamar Marta o María o Inés) saca su chauchera. Las tira todas al mesón y las separa, las cuenta, las toma y las pasa. ¿Algo más? le preguntan.  Nada más, dice.

                De la bolsa blanca de plástico se traslucen dos marraquetas. “Nada  más” dice ella. Dos marraquetas, pienso yo. Quizás para ella y su viejo. Quizás sólo para ella, para tomar tecito y dejar para el desayuno de mañana.

                Se despide la abuelita, que se puede llamar Julieta o Julia o Marcela. Baja con esa calma, como si ese fuera su tiempo. Como si los días tuvieran 48 o 72 horas. Y por calle Herrera retoma el camino.

                Se irá a su casa. Prenderá la tetera. El viejo pondrá la mesa y se sentarán a tomar once y ver la teleserie. O no, quizás el viejo ya no esté. Y ella pondrá la mesa y se sentará a tomar once y ver la teleserie. Se acostará temprano, antes de las noticias. Mañana se levantará con las gallinas, como dice ella.

                El domingo vienen los niños con los nietos. El tata y la abuelita van a estar felices. O la pura abuelita, con el viejo siempre presente en esa foto en blanco y negro que tiene en el living.

                Mañana de nuevo saldrá a comprar el pan, a la misma hora, porque empieza el fresco y sale calientito. No sabe qué hará de almuerzo pero tiene ideas. Yo la miro mientras camina. Y me quedo parado un rato para que me saque ventaja. No quiero que mi mundo, ese que anda más rápido que de costumbre, la vaya a asustar o haga que camine más rápido. En cambio la espero, la miro, y dejo que esa lentitud, esa calma o ese cansancio, me llene un ratito.  




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